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miércoles, 5 de enero de 2011

El día de Reyes y las decepciones

A la edad de seis años, me trajeron los Reyes una flamante guitarra que hizo mi delirio. Fue el regalo estrella, ¡era de verdad! y, con ella, encallecí mis tiernos deditos, sacando notas y sones, que me apresuraba a apuntar en un papel o allá donde pillaba, con una simbología extraña, que sólo yo conocía. Me encerraba en mi habitación, mi sancta sanctorum, donde experimentaba con la música y mi oído.

Al año siguiente, animada por tan estupendo resultado, me atreví a más. Pedí un piano ¡de verdad! Pero cuando somos niños, no sabemos dónde está el límite de lo posible y de lo imposible, es así como vivimos la niñez, cargada de sueños que nos ilusionan. Aquella noche me levanté a oscuras, como acostumbraba todos los años, sin hacer ruido, acompañada por mi hermano que compartía mi ilusión y la suya. Tocábamos, palpábamos orientados por los brillos de los plásticos de las cajas. Era como un preludio, en tinieblas, de lo que nos esperaba en la mañana. Aquella noche, encontré un piano magnífico de color verde, con su atril y partituras de colores, en realidad era un xilopiano precioso. Pero era ¡de juguete! Aún recuerdo mi decepción y mi sentimiento de culpa, de no saber valorar aquel hermoso juguete que podía ser la delicia de cualquier niña. En ese momento, me sentí mal. Después jugué hasta el infinito con aquel piano. Recuerdo que a mi vecina, de mi misma edad, le trajeron los Reyes otro piano, pero pequeñito pequeñito, y fue entonces cuando aprecié más aquel juguete. A veces, necesitamos referencias o echar la vista atrás para conformarnos con lo que tenemos. Y en ese punto, te sientes mal e intentas hacer una cura de humildad.

No recuerdo otro día de Reyes en que haya sentido frustración, es el único que guardo en el armario de mi memoria. Siempre mis cartas han sido satisfechas de un modo u otro. Mis padres se las ingeniaban para pagar los juguetes durante todo el año, para llenar de ilusión la casa aquel día en que unos mocosos en pijama despertaban a todos entre risas y gritos.

Este año he pedido un deseo que ya sé, de entrada, que no se va a cumplir. Y sé también que será mi segunda frustración para guardar en el armario de mi memoria. A veces nos pasa que ponemos la confianza en alguien, entregamos el corazón sin condiciones y vemos cómo se derrumba nuestro mundo cuando nos falla ese alguien. En esta ocasión, no depende de los Reyes, ese regalo no está en sus manos.

Os deseo un feliz día de Reyes, y que no os traigan mucho carbón.

Buenas noches y felices sueños!


2 comentarios:

Alís dijo...

Desde que recuerdo, siempre supe que los Reyes eran los padres. Por tanto, era algo consensuado. Yo sabía que no podía extralimitarme en mis peticiones y ellos me las cumplían. Por ejemplo, si quería tres cosas me decían que eligiera lo que más me gustaba y, aunque fuera algo que no tenían ganas de comprarme, lo hacían.
Por eso no recuerdo decepciones y aunque sabía qué iba a recibir, lo esperaba igual ilusionada.
Este año mis Reyes llegaron anticipados. No me atrevo a pedir más. Sólo que eso que me concedieron no se malogre.

Besitos

Perséfone dijo...

En mi caso, eso vino después, y aún sabiendo que eran los padres, me aferraba a la ilusión de pensar que los Reyes sí existían. Mira cómo sería, que todavía recuerdo lo contenta que me puse un año en que creí ver la zapatilla brillante de un rey mago moviéndose por mi casa. No hay peor ciego que el que no quiere ver.

Deseo con toda mi alma que tu regalo de Reyes puedas tenerlo en tus manos en el momento preciso, y que yo lo vea ;)

Besitos en vísperas

Te regalo un sueño, tú decides cuál