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domingo, 2 de enero de 2011

...Mejor hablar del frío

Ayer-Hoy quizás hubiese pegado hablar de deseos y buenos propósitos, pero no quiero tener que examinarme luego ante mi conciencia, de lo que cumplí o no, de lo que salió bien o mal. Bastante me fustigo ya sin repasar el listado de lo prometido. No pienso apuntarme a un gimnasio, no pienso aprender inglés, no pienso... no pienso... no... Quiero beber de la vida tal y como vaya viniendo, aceptarla, adaptarla, adaptarme. Mi único propósito en firme es no tirar la toalla, seguir buscando respuestas, remedios...

Pero no quiero continuar hablando de propósitos, mejor hablar del frío. Un compañero cada año más insoportable. Se ha convertido en un incordio total, de tal manera que, cuando se instala, necesito horas para alejarlo de mí.

La historia podría comenzar así: "Érase un frío a una nariz pegado..." o "Milagro de una metamorfosis canina". Sí, creo que voy camino de convertirme en perro. Este invierno está llegando a unos límites insospechados. Mi nariz se hiela literalmente, sólo la punta; además, noto cómo entra el aire helado a través de mis fosas nasales y es un tanto desagradable esta sensación perruna. A veces pienso que se me ha estropeado el "termostato", porque esta semana he tenido la reacción contraria, se me puso caliente y roja después de bajarme del coche con la calefacción encendida, a mi hermana le llamó la atención porque me daba un aspecto de borrachuza.

Otro punto importante es la espalda. Me recorren unos escalofríos que me erizan el vello, por más abrigada que la tenga. Siento como un tiritar, como sensaciones nerviosas en toda la espalda. El frío se me agarra a ella, me abraza. Hay un anuncio de la tele, un tanto asqueroso, donde se ve un individuo tosiendo en la cama y, de pronto, se le coge al pecho un muñeco verde que quiere representar los mocos; ambos luchan y se revuelcan hasta que, al final, él vence y se desprende de los mocos. Pues algo así me pasa a mí con el frió de la espalda; al final, consigo arrancármelo después de un duro forcejeo.

Y un tercer punto es la pierna-pie derecho (concepto árabe de un todo) . Se me queda como una columna de mármol de Carrara. Es la última parte de mi cuerpo que consigue entrar en calor. Y, dentro de ésta, el pie es el último en recobrar su temperatura normal. Esta intolerancia al frío me lleva a usar calentadores y calcetines gruesos de lana, para dormir, en esos días en que el frío se apodera de mí.

A todo esto se le añade, en puntuales ocasiones, el casteñeteo de dientes, el frío nervioso, como yo le llamo, en el que me abrazo o pido que me abracen para poder controlarlo.

Como veis, el tema del frío tiene mucho de qué hablar, casi más que mis propósitos y deseos del nuevo año. Es un tema recurrente en el invierno y ya me estoy repitiendo demasiado. En otras ocasiones he contado las mismas cosas aunque con diferentes palabras, ¿será que también se me hiela el cerebro y rijo poco? juzguen ustedes.

¡Felices sueños y felices días!

2 comentarios:

Alís dijo...

Bueno, yo es la primera vez que te leo sobre el frío, así que no puedo decir nada.
En todo caso, sí, es algo propio del invierno. Y cuando se mete dentro es difícil de echar.
Ánimo, abrígate, arrópate y busca muchos abrazos, que son el mejor remedio contra el frío.
Si pudiera te mandaría parte del calor que hace aquí

Besitos

Perséfone dijo...

Estoy superabrigada y llena de abrazos. Me llega tu calor.

Besitos

Te regalo un sueño, tú decides cuál